Evangelio 24 de abril del 2022. 'Dichosos los que crean sin haber visto'. Por el Padre Héctor de los Ríos.

"DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO"

El tiempo pascual es un tiempo para profundizar, durante varios Domingos, en los dones que Dios nos concede a través de la resurrección de Jesús. En este Domingo la Iglesia nos hace reflexionar sobre los dones de la caridad fraterna, la fe y la paz. El Domingo pasado celebrábamos la resurrección del Señor. Es el día de Pascua por excelencia. Pero el «tiempo de Pascua» no se acaba en el Domingo pasado. Hoy, y los restantes Domingos del año, son el día del Señor. El día en que su resurrección nos reúne para celebrar ese gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe. Es, también, el día de la acción de gracias a Dios por habernos favorecido de esta manera. Por la muerte y resurrección del Señor hemos sido perdonados, por su gran misericordia. Una vez más renovamos nuestro arrepentimiento y el ruego de perdón para nuestras debilidades y pecados.

Lecturas:

Hechos de los Apóstoles. 15, 12-16: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección».

Salmo. 118(117): «Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia»

Apocalipsis. 1, 9-13.17-19: «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos»

Evangelio Según San Juan. 20, 19-31 «Dichos los que crean sin haber visto»

Los discípulos están viviendo un día extraordinario. El día siguiente al sábado, en el momento en el que viene escrito el cuarto evangelio, es ya para la comunidad “el día del Señor”, “Dies Domini” (Domingo) y tiene más importancia que la tradición del sábado para los Judíos.

Dice el Evangelio de Juan: «En la tarde de aquel mismo día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, llegó Jesús». Estas palabras nos describen las circunstancias de tiempo y de lugar en las que Jesús se presentó vivo, después de la Resurrección, a sus discípulos. Se presentó «en la tarde de aquel mismo día, el primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas». No sin motivo el evangelista reúne aquí una serie de detalles, de particulares: la tarde, la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado, con las puertas cerradas.

¿Qué quiere evocar el evangelista con estas indicaciones?

La tarde es ciertamente el momento de la tristeza y de la soledad. Sin embargo, es «la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado». Y con estas palabras el evangelista se refiere a todo lo que había dicho. Es el día en el que María Magdalena fue a la tumba, y la narración comienza precisamente con las palabras: «el primer día después del sábado».

Es la tarde de la tumba vacía, la tarde del anuncio, la tarde de la Resurrección. Sin embargo, nos dice el evangelista, se encuentran «con las puertas cerradas por miedo a los judíos». Hay una atmósfera de miedo. No ha sido suficiente el anuncio, no bastan los signos, se necesita algo más. El miedo se expresa con la imagen de las puertas cerradas: miedo y encierro van juntos. Mientras la alegría es la madre de la comunicación, de la apertura, del impulso hacia los demás, el miedo está a la base del cierre sobre sí mismo.

En esta situación es en la que Jesús viene. Más aún, el texto dice: se puso «en medio de ellos». Por tanto, no en alto, como hubiera podido hacerlo demostrando su superioridad; no a un lado como juzgándolos, sino «en medio de ellos», a su nivel, en una igualdad de relación, en una fraternidad por sí misma significativa. Esta expresión es nueva en el Evangelio: «Jesús se puso en medio»". Jesús se puso en medio de su Iglesia, la consuela en su temor con el anuncio de paz.

Continuando la lectura de Juan, encontramos que Jesús exclamó: «Paz a ustedes». La palabra de Jesús no es una palabra obvia, que se suponía. Más bien hubiera podido presentarse con palabras de reproche, con palabras doloridas: «¿Por qué me abandonaron, hombres de poca fe? ¿A dónde fueron a parar todas sus promesas? ¿En dónde estás, Pedro, que me gritabas tu fidelidad hasta la muerte?»; Jesús hubiera podido hacerlos enrojecer, humillarlos, avergonzarlos, sacudirlos, y lo hace, pero con esta dulcísima palabra: «Paz a ustedes». Palabra de ánimo, palabra de misericordia, palabra de confianza.

Es la paz que había prometido cuando estaban afligidos por su partida, la paz mesiánica, el cumplimiento de las promesas de Dios, la liberación de todo miedo, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, la reconciliación con Dios, fruto de su Pasión, don gratuito de Dios.

El texto dice también que Jesús «les mostró las manos y el costado», es decir, les mostró sus estigmas, sus llagas. Jesús refuerza las pruebas evidentes y tangibles de que es Él el que ha sido crucificado. Al mostrar las heridas quiere hacer evidente que la paz que Él da, viene de la Cruz. Forman parte de su identidad de Resucitado.

«Y los discípulos se alegraron al ver al Señor». Es el mismo gozo que expresa el profeta Isaías al describir el banquete divino, el gozo escatológico, que había preanunciado en los discursos de despedida, gozo que ninguno jamás podrá arrebatar. No se asustan, no sienten repugnancia por los signos de la Pasión, por las llagas, sino que se alegraron por la alegría del Crucificado-Resucitado.

La manifestación del Resucitado despierta la FE

Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con las puertas cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición, permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella. Cierra los oídos y quiere abrir el corazón. Le quema la impaciencia.

Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva visibilidad: la presencia del Señor en la historia por sus signos y gestos salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el poder de perdonar. La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un sentido profundo y lógico. Desde la más antigua predicación apostólica se unen en el mensaje la pasión y la resurrección como fundamento de la conversión y de la fe a la que sigue la remisión de los pecados. Juan recoge este esquema y lo trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su misión.

De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre Jesús y el Padre, unión a la que en adelante se incorpora la iglesia. Los apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán perdonar los pecados. Vencida ya la muerte, queda vencido así el pecado, el último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de Jesús.

Y es definitivamente mejor experimentar a Jesús a través de la fe qué a través de nuestros sentidos. "Tú crees porque me viste. Bienaventurados aquellos que no ven y creen". Hoy no estamos en situación peor, con respecto a Jesús, que los discípulos de su tiempo. Este Evangelio tiene además otro significado importante: Jesús ofrece a los discípulos el don de la paz. La verdadera paz es un don pascual, porque hoy día la paz es tan importante como el amor, y es uno de los frutos del amor.

Juan narra las apariciones para despertar la fe. Si antes se apoyaba en otros signos, los de ahora se basan en el nuevo modo de presencia del Señor Resucitado. Pretenden las apariciones, la identificación del Resucitado con el Jesús conocido de los apóstoles.

¿Qué nos pide hacer La Palabra?

Miedo y encerramiento

¿Cómo podríamos hoy expresar en nuestro lenguaje este temor que tenía encerrados a los apóstoles? Miedo al ambiente que nos rodea, miedo a la cultura dominante, miedo a aparecer distintos, extraños, nuevos; miedo a ser perseguidos, miedo a expresar libre y valientemente el mensaje que está dentro, miedo a dejar estallaren sí las fuerzas del Evangelio, actitud cautelosa, sospechosa, oculta.

Nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran. Y resulta que el camino de la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las Llagas; Cristo va adornado no con joyas ni con perfumes, no lleva accesorios de última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas gloriosas.

Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad, ante el odio del mundo.

El cristiano que ha participado de la fuerza de la resurrección de Cristo no tiene que esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni tratar de no pensar en ellas como si ocurrieran en otro planeta.

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Me falta paz en algunos aspectos de mi vida? ¿Por qué?

2. ¿Identifico mi fe con la de Tomás, o con las palabras del Señor?

3. ¿Qué tensiones se presentan entre la fe personal y la comunitaria?

4. ¿Cómo vivir superando esas tensiones?