Evangelio 13 de marzo del 2022. La amistad con Cristo. Por el Padre Héctor de los Ríos

LA AMISTAD CON CRISTO

Celebramos el segundo domingo de Cuaresma. La Cuaresma es un camino de peregrinación hacia la Pascua. Es el símbolo de nuestra vida de cada día: un caminar hacia el "paso al Señor", hacia la gozosa Pascua definitiva. En nuestra "peregrinación" tenemos días de tormenta y días de bonanza; días de lluvia y días de sol; días de sufrimiento y días de gozo. En la Cuaresma, la Palabra de Dios nos ofrece, también, escenas de tristezas y pasajes de alegría; situaciones de oscuridades y otras de luz. Hoy nos ofrece escenas de luz: nos hace vivir la experiencia de la "Transfiguración".

LECTURAS:

Génesis 15, 5-12.17-18: «Aquel mismo día el Señor hizo una alianza con Abrán»

Salmo 27(26). «El Señor es mi luz y mi salvación»

Carta a los Filipenses 3, 17- 4, 1: «Cristo nos transformará según el modelo de su condición gloriosa»

San Lucas 9, 28b-36: «Mientras oraba, su rostro se mudó»

La FE de Abraham

Abrán «Creyó al Señor»: La fe de Abrán es un acto de entrega personal al Señor y de plena confianza en su promesa: «El Señor lo aceptó como justo»: - La justicia que el Señor le reconoce a Abraham [Cuando Dios le cambia de nombre] depende enteramente de la fe, y no de las obras de la Ley, pues ésta aún no había sido promulgada. Por eso, Pablo, cuando habla de la fe necesaria para alcanzar la salvación, pone a Abrahám como modelo y ejemplo.

Abrahám, como primer caminante en la fe hacia la tierra prometida, es el centro y la intención de la primera lectura. Abrahán cree en la Palabra de Dios y el Señor establece con él una alianza anunciándole la posesión de la tierra en la que todavía está como peregrino: «Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida».

Nuestra FE

En Abrahám resplandecen las mejores virtudes del Éxodo de Israel: la entrega a la Palabra de Dios, la esperanza contra toda esperanza humana. Son también las virtudes que los cristianos queremos despertar en nuestra vida y especialmente en Cuaresma. ¿No dice la voz del Padre, en la transfiguración de Cristo, que tenemos que escuchar al Hijo, al escogido? ¿No nos dirigimos también nosotros hacia un término humanamente inasequible, puro don de Dios?

La segunda lectura enlaza el tema del camino de la fe con el de la transfiguración que esperamos, por la potencia de Cristo. Nuestro camino contrasta con el de aquellos que «andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición». La «ciudadanía»" de los cristianos es el cielo, «la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios».

Camino hacia...

El término del camino lo pondrá el mismo Salvador que esperamos: él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Esta perspectiva es precisamente el significado de la transfiguración de Jesús: el éxodo de Jesús conduce a la revelación plena de su condición de Hijo de Dios por la resurrección de entre los muertos. El conocimiento de Jesús y la fe en él, es lo que hace entrar en comunicación salvadora con él. La «alianza», el compromiso, con Dios lleva consigo riesgo y lucha. La Cuaresma es el camino hacia la Pascua. Pero es un camino en el que, a lo largo de su recorrido, se nos hacen continuas llamadas que nos desvían de la unión y compañía con Dios y nuestro compromiso con él.

La fe en Dios nos lleva a luchar contra los ídolos, siempre nuevos y actuales; dioses falsos, pero atrayentes. Servir a Jesús, como dice San Pablo, es alcanzar la libertad; unirse a él es vencer en nuestras luchas.

«Mientras oraba...»

En la unión orante con el Padre celestial queda incluida, ni más ni menos, la naturaleza de Jesús palpable y humana. La divinidad eterna alcanza tal intensidad en Jesús, que su corporeidad queda transformada en otro estilo de existencia. Todo el acontecimiento del monte Tabor se apoya abiertamente en el resplandor del Misterio Pascual. Sólo en el período postpascual fueron capaces, los tres apóstoles, de reconocer la significación de la transfiguración prepascual por medio de las manifestaciones de Jesús resucitado. La «gloria» es un anticipo, una indicación previa de la resurrección de Jesús.

La «Transfiguración» del cristiano

La «Transfiguración» del cristiano se realiza, mediante:

- La gracia. La «Nube» que sacralizó el Sinaí, el Tabernáculo, el Templo, era signo de la Presencia de Dios, Vida y Gracia de Dios, que ahora sacraliza al bautizado. - - La oración; es el contacto y diálogo con Dios. Nos entra en su luz. Nos transfigura. - La adhesión total al Maestro único. Así realizamos nuestro «Éxodo»; y, partícipes de la muerte de Cristo, lo somos de su Gloria.

Relación con la Eucaristía

En la Eucaristía, especialmente dominical, somos invitados a remotivar y refrescar nuestra condición de discípulos: tenemos que «escuchar» más a Jesús. En Cuaresma y a lo largo del año, domingo tras domingo -día tras día- acudimos a la escuela de este Maestro que Dios nos ha enviado, y él nos va enseñando, con su ejemplo y con su Palabra, el camino de la salvación y de la vida.

«El misterio de la Transfiguración es fundamento de la esperanza de la Iglesia: En este misterio todo el Cuerpo de Cristo conoce la transformación que le espera; los miembros del Cuerpo pueden prometerse que participarán de la gloria de su Cabeza, conforme a lo que prometió el Señor: "Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre." Y S. Pablo nos recuerda: "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, también vosotros os manifestaréis con él en su gloria"» (Sn León Magno).

¿A qué nos compromete La Palabra?

Examinar la Alianza y escuchar al Señor...

Mientras los hombres quieren prescindir de Dios en la construcción de un mundo mejor, el Señor se acerca al hombre para hacer alianza con él y decirle que no es posible un paraíso sin Dios. Mientras que el hombre de hoy se une en alianza con la técnica, el dinero, el poder, el placer, etc. (que son los ídolos actuales), el hombre de fe, el hombre creyente, se une a Dios, hace alianza con él y se compromete con su Palabra; y así se produce el milagro, como con Abrahán: - La Cuaresma es tiempo propicio para examinar nuestra «alianza» con Dios; para reafirmarnos en ella; para ver si está rota o deteriorada y decidirnos seriamente a fortalecerla. La Cuaresma es el tiempo propicio para «escuchar» al Señor, como dice el Evangelio de hoy, y practicar con alegría su Palabra. No podemos dejar pasar la Cuaresma sin reflexionar en ello y sin fortalecer nuestra fidelidad a Dios y nuestra ejemplaridad con los demás.

El rostro de Jesús en el Tabor nos hace mirar nuestro propio rostro y ver qué signos presentamos. Nuestras luchas para mantenernos fieles a la alianza, al compromiso con Dios, podría llevarnos al desánimo por lo larga que es y los fracasos cosechados. Por eso, un rayo de luz viene a animarnos. En la Navidad, el profeta Isaías decía: «una luz brillará en la oscuridad». Jesús se transfigura y la oscuridad de las dudas deja paso a la admirable luz de la certeza de la fe en Jesús: «Yo soy la luz del mundo».

Hoy se nos repite la invitación a retirarnos del alboroto diario, como Jesús lo hizo, para disfrutar de la cercanía de Dios. Y en esa cercanía experimentaremos la paz de Dios y diremos como el apóstol Pedro: «bueno es estarnos aquí».

«Tú eres, oh Dios, mi madre bien amada. Mis ojos están fatigados en buscarte y mi corazón está lleno de emociones. Soy un niño inmovilizado en la trampa del mundo. Oh madre, tú eres la gallina y yo el polluelo. Tú eres mi madre y yo tu niño amado. Espero y espero siempre en ti». (Poema hindú, siglo XII)

Evangelio del domingo 13 de marzo del 2022