8 de Septiembre del 2020
Las multitudes en el kilómetro 18, en los alrededores de los "aguelulos" y en algunos barrios del oriente de la ciudad, el pasado fin de semana, más allá de ser catalogados como "indisciplina ciudadana", lo que demuestra es la existencia de una cultura alrededor de la rumba, arraigada en Cali desde hace varias décadas, que se resiste a cambiar, a pesar de las circunstancias impuestas por los tiempos de la pandemia.
El camino cínico y facilista, es no hacer nada. Dejar que las cosas "tomen su rumbo", y que sea la propia enfermedad y muerte la que lleve a un cambio global de mentalidad sobre la necesidad de adoptar hábitos más saludables de vida.
Pero ese no es el camino deseable para nadie, a tal punto que la administración de Jorge Iván Ospina ha hechos esfuerzos por reconciliar la típica rumba caleña con los protocolos de bioseguridad. Y para ello, con un buen olfato, ha rescatado los tradicionales "aguaelulos" que en tiempos pasados se hacían en la ciudad.
Pero entonces, ¿Qué salió mal? ¿Por qué los grandes desordenes vividos el pasado fin de semana, en medio de la implementación de los "aguaelulos"?
El más importante error es conceptual. Lo "aguaelulos" por definición es una rumba o baile sin el consumo de sustancias psicoactivas. De ahí su nombre, porque en aquellos bailes sólo se podía tomar agua de lulo. Y éste es el centro del asunto. Por un lado para mucha gente no es concebible que se pueda divertir en un baile, bebiendo exclusivamente zumo de frutas. Y por otro lado, casi todos los negocios de rumba buscan extraer sus ganancias principalmente de la venta de licor.
Este "cortocircuito" se observó en los pilotos de "aguaelulo": algunos establecimientos para obtener ganancias obligaron a sus clientes a comprar licor, pero no podían éstos consumirlos en sus espacios por los protocolos de bioseguridad. Entonces ¿Qué hizo la gente? Se fueron a los alrededores de los aguelulos y allí los consumieron. Se empezaron a formar aglomeraciones y el problema empezó a salirse de las manos.
Por otro lado, si la ciudad bajó su oferta de diversión, la gente busca satisfacer su necesidad de alguna manera. Y allí es donde se presentan las improvisadas reuniones y fiestas, en forma clandestina o abierta, sean en las casas, en el barrio o en la vía pública, como se vio en el kilómetro 18. Y lo más preocupante, es que esto sucede "ad portas" de diciembre y de la feria de Cali.
¿Que hacer? Por efectos de la pandemia, las sustancias psicoativas deben salir de la ecuación de la rumba. Y ese cambio, de orden cultural, implica intensas campañas educativas, medidas sancionatorias, así como formas creativas y alternativas de rentabilizar los bares y discotecas.